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Bienal Iberoamericana 

Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo

 

El pasado mes de octubre se realizó en la ciudad de Medellín la séptima versión de la BIAU, la más importante de la región.

 

Cayendo en el vicio de homologar, la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo sería “nuestra” Bienal. Organizada desde 1998 por el Ministerio de Vivienda de España, la BIAU se realiza cada dos años en distintas ciudades de España, Portugal e Iberoamérica. Sin ir muy lejos ni en tiempo ni espacio, la versión 2002 tuvo como ciudad anfitriona a Santiago. Pero la séptima versión, la que acaba de terminar, de la que nos interesa saber, se desarrolló en Colombia. Más específicamente, en la otrora célebre ciudad del narcotráfico, Medellín. 

 Para este encuentro, los organizadores determinaron que el tema debía ser “Arquitectura para la Integración Ciudadana”. El hecho que motivó esta decisión fueron los 200 años de independencia de cuatro participantes (México, Argentina, Chile y Colombia) y la retrovisión de cómo han cambiado nuestras ciudades desde esos acontecimientos hasta hoy. Estableciendo una narración, los organizadores notaron que si bien para los centenarios se hicieron grandes avances urbanos en todas las urbes de estos países, con el correr del siglo XX, el desmedido aumento poblacional producido por la migración generó exclusión y ensombreció el progreso realizado. La apuesta de esta Bienal fue convertirse en un espacio de reflexión acerca de cómo reinterpretar  las oportunidades que presenta el actual caos de nuestras ciudades y dar soluciones creativas y vanguardistas a este a través de la arquitectura y el urbanismo.

En este sentido el nombramiento de Medellín como ciudad anfitriona no fue casual. La segunda ciudad en importancia de Colombia es considerada todo un ejemplo de cómo la arquitectura y el urbanismo pueden cambiarle la cara una ciudad. De ser la ciudad más violenta del mundo, ahora rebosa de turistas, modernos medios de transporte y un renovado aire de modernidad que retrata el buen momento económico por el que pasa el país.

La exposición consistió en 35 obras seleccionadas durante los dos últimos años. De ellas 8 eran españolas; 6 de Brasil; 3 de Portugal; 3 de Chile; 2 de Argentina, Colombia, Ecuador y México y 1 de Bolivia, Paraguay y Venezuela.

Por: Javier Mardones, Periodista.

La Biennale de Venecia

 

Y al parecer la atmósfera se logró. Las personas que recorrieron los distintos pabellones pudieron notar que en esta edición la idea no era recrear edificios que no estaban ahí por medio de fotografías, dibujos y presuntuosos escritos en muros, sino que presenciaron una Bienal que trató sobre lo qué pasa adentro de los edificios y la experimentación con el espacio mismo. En este sentido, los expositores sortearon de manera muy satisfactoria el problema de la representación que acarrea una muestra de arquitectura, ocupando instalaciones como la mejor herramienta para trabajar alrededor de este tema, tan fundamental para los arquitectos, que son el espacio y la persona.

Uno de los pabellones que elaboró una interesante reflexión acerca del tema en cuestión fue el holandés. La propuesta neerlandesa ideó una ciudad de espuma flotante para simbolizar el abandono de cientos de edificios gubernamentales, industrias e iglesias que provocan preguntarse si es válido estar siempre proyectando edificios en espacios nuevos habiendo tantas estructuras, ya construidas, en desuso. Y es que si bien algunas posturas expresan la caducidad de estos “castillos en el aire” que suelen construir los arquitectos en estos eventos, no deja de ser igualmente cierto, como dice en su artículo Justin McGuirk, que “las bienales son la mejor instancia para que los arquitectos pueden demostrar cuáles son sus inquietudes, más allá de las preocupaciones cotidianas y de las limitaciones impuestas por satisfacer clientes y comités planificadores.”

Pabellón de Holanda

No obstante, la ganadora del León de Oro en la categoría por naciones fue la instalación elaborada por el pabellón del Reino de Bahrain. Esta consistió en una serie de chozas destartaladas que en su contexto original son usadas como meros lugares para sociabilizar. Una estructura, que deambula entre un simple muelle y el palafito, que contiene sillones y alfombras donde los pescadores se suelen echar para conversar y holgazanear entre jornadas. La crítica europea, siempre exotista y nostálgica, le otorgó además la propiedad de ser “un acto conmovedor de resistencia frente a los sofocadores malls y el cada vez más alto skyline de la costa.” Sin embargo es irrefutable el modo en que esta propuesta logró plasmar su concepto, montando estas construcciones tal cual como están edificadas en su lugar de origen y dejando a sus propios arquitectos – tres pescadores – explicar su trabajo por medio de entrevistas audiovisuales.

En suma, la décimo segunda edición de la Bienal de Arquitectura de Venecia, fue una interesante exploración de cómo se puede “exhibir arquitectura” por medios creativos y poco convencionales, especialmente cuando una directora como Kazuyo Sejima abre un flanco para volver a trabajar sobre temáticas básicas como el espacio y el lugar de encuentro.

Pabellón del reino de Bahrain
Pabellón del reino de Bahrain
Pabellón de Austria
Pabellón de Hungría